La semana pasada, mientras me encontraba escribiendo un artículo sobre un gran apagón que había ocurrido, repentinamente se fue la luz. Mi intención era comentar sobre los efectos de la falta de comunicación a raíz del corte de electricidad, basándome en un escenario donde los dispositivos electrónicos dejaban de funcionar, sumiendo a la sociedad en un estado de incomunicación. ¿Ironía del destino o campaña publicitaria?
El cómic El Eternauta, una adaptación largamente esperada del trabajo de Héctor Germán Oesterheld y Francisco Solano López, ha generado gran expectación entre los seguidores, así como entre cineastas que han tenido la intención de adaptarlo a la pantalla. Bruno Stagnaro ha sido el elegido para dirigir la serie basada en este famoso cómic, la cual constará de seis capítulos y contará con la participación de Ricardo Darín.
Netflix me permitió adelantarme al estreno de la serie para poder redactar un artículo al respecto. Tras haber visto los primeros cinco capítulos, experimenté un sentimiento de intranquilidad que me llevó a tomar medidas preventivas, como la adquisición de una linterna y garrafas de agua. Esta reacción se debió, en parte, al impacto de la serie, pero también a los múltiples avisos respecto a apagones similares a los acontecidos recientemente.
Mientras redactaba acerca de las características distintivas de El Eternauta, un inesperado corte eléctrico sumió a la redacción en la oscuridad, interrumpiendo nuestra rutina laboral. La falta de internet y comunicación telefónica llevó a todos a percatarse de la gravedad de la situación, especialmente al descubrir que el apagón no se limitaba al edificio, sino que afectaba a toda España.
Mi experiencia durante este apagón me transportó a un escenario de ciencia ficción impensable, en el que la realidad superaba a cualquier producción norteamericana. Aquella atmósfera de distopía se hacía patente en la redacción, donde las preocupaciones por la incomunicación coexistían con las conversaciones triviales y la incertidumbre sobre la situación. Esta situación surrealista persistió en mi mente incluso en el siguiente capítulo, cuando me vi obligada a atravesar Madrid a pie, debido a la paralización del transporte público.
La diversidad de reacciones de la sociedad ante el apagón se manifestaba en las calles de Madrid, desde la desesperación por abastecerse de productos básicos hasta la alegría contagiosa de quienes se tomaban la situación con entusiasmo. A pesar de las dificultades, la jornada transcurrió de forma pacífica y el caos no llegó a desatarse.
Por suerte, la electricidad regresó antes de que la situación empeorase, evitando un desenlace similar a las complicaciones retratadas en capítulos posteriores de El Eternauta. Aun así, la preparación y el estado de alerta en el que me encontraba, resultado de la serie, me hacían sentir lista para enfrentar cualquier eventualidad. Sin embargo, no pude evitar desear que Ricardo Darín apareciera en medio de todo ese caos.