Perros callejeros (1977), una historia sobre la vida en los suburbios de Barcelona, logró convertirse en la segunda película más vista en los cines españoles en el año de su estreno, solo por detrás de Superman (1978). La película recaudó 175 millones de pesetas de la época y enriqueció a su director, José Antonio de la Loma, conocido como el padre del cine quinqui. El filme atrajo a los espectadores con una historia real sobre la delincuencia juvenil, interpretada por su propio protagonista Ángel Fernández Franco, alias El Torete.
Nacido en 1960 en el seno de una humilde familia de Nerja (Málaga) que emigró a Barcelona, El Torete creció en La Mina, un barrio de mala fama construido a partir de realojamientos de chabolas y frecuentado por la policía. A pesar de haber dejado la escuela a los once años, mostró intereses en el fútbol, llegando a jugar en Segunda División B, y también tenía habilidades musicales, firmando un contrato para grabar un disco de rumbas flamencas. Sin embargo, el público lo conoce principalmente por su faceta de bandido.
El Torete comenzó a delinquir robando coches y bolsos desde muy joven, recibiendo incluso disparos de la Guardia Civil a sus doce años durante una persecución. Además, intentó encontrar un empleo sin éxito y sufrió autolesiones para evitar pasar por la comisaría. A pesar de haber atracado bancos, nunca fue detenido por este delito, siempre llevaba un pasamontañas.
José Antonio de la Loma consideró inicialmente rodar un filme sobre otro delincuente juvenil, El Vaquilla, pero al no encontrarlo, recurrió a El Torete, que se convirtió en el protagonista de Perros callejeros. Tras el estreno, El Torete se convirtió en toda una figura, ocupando portadas de revistas y protagonizando las siguientes entregas de la trilogía.
Durante la década de los ochenta, El Torete continuó enredado en problemas con la justicia, con cien detenciones a sus espaldas. Intentó establecerse con su pareja, Soledad García, con la que compartió penas y alegrías, pero su vida estuvo marcada por la heroína, lo que le llevó a ser diagnosticado de sida. El 26 de febrero de 1991, falleció a los 31 años por complicaciones derivadas de esta enfermedad.
A pesar de sus problemas, El Torete continúa siendo recordado como el símbolo de una generación perdida de los ochenta, y su vida ha inspirado numerosos homenajes. Sin embargo, su biógrafo relata que su historia estuvo marcada por las dificultades y la tragedia, dejando un legado que persiste en el recuerdo de quienes lo conocieron y en el cine de José Antonio de la Loma.