Una casa, ese vasto almacén de recuerdos, despierta una serie de emociones al regresar a ella, donde uno creció. Abrir la puerta de ese lugar es como desatar la caja de Pandora: algunos encuentran en él los momentos más felices de sus vidas, mientras que otros confrontan los traumas de una infancia marcada por la ruptura. Es una máquina del tiempo más eficaz que cualquier invento de la ciencia ficción; cada rincón, cada cajón, guarda una historia que resurge en la mente, nítida pero quizás distorsionada por los años.
Paco Roca capturó esta sensación de manera precisa en su novela gráfica «La casa», donde un hijo retorna al hogar de su padre con la intención de venderlo, solo para verse atrapado por los recuerdos, complicando su decisión. Roca, una vez más, explora el tema recurrente en sus obras: la memoria, ya sea histórica como en «Los surcos del azar», literal como en «Arrugas», o en el caso de «La casa».
Para llevar esta propuesta delicada al cine se necesitaba a alguien que comprendiera a la perfección su esencia. Álex Montoya, conmovido por la obra, adquirió los derechos para adaptarla a través de su productora. Motivado por el tema del legado y el paso de las generaciones, Montoya vio en la historia una narrativa potente y conmovedora, y encontró en su producción una oportunidad factible. Su conexión personal con el tema, recordando a su abuelo, fortaleció su compromiso con el proyecto.
Con libertad creativa otorgada por Roca, Montoya experimentó en la adaptación, consultando los cambios principales con el autor, quien fungía como el «espectador cero». Su objetivo era mantener la esencia de la novela mientras reorganizaba la trama para generar más tensión, añadiendo elementos como una cena central para los personajes principales. A pesar de recrear algunas viñetas, Montoya evitó la mera reproducción visual para mantener la frescura y fidelidad al espíritu original.
La película, bien recibida en el Festival de Málaga, destaca por su tono ligero y luminoso, evitando juzgar severamente a sus personajes. Para Montoya, este proyecto representa una responsabilidad significativa, al ser su película más ambiciosa hasta la fecha. La casa, con sus diapositivas que revelan el pasado y la ausencia del padre, se convierte en un retrato de fantasmas, capturando la capacidad del cine para enlatar momentos perdidos en el tiempo y darles vida en la pantalla.